martes, 4 de noviembre de 2008

La Busqueda IV

Una mañana clara. Un dintel de una puerta, en una verde finca, arada por hombres y mujeres. Primavera avanzada. La vida se respira. La conversación es amable, entre amigos. Dentro, una mujer teje ropas pequeñas.
Se está bien aquí.

- Si Rohl, los ataques se intensifican. No creo que estemos seguros aquí.
- Si, pero Thorfinn, ¿a dónde vas a ir con tu mujer encinta? Los caminos son largos y peligrosos. Hace un tiempo que la región ya no es como era antes, y eso me preocupa.
- Ah, no te preocupes Rohl. Vamos con un grupo de comerciantes del sur. No hay peligro. Tendremos cobertura, y además no somos los únicos que vamos. Los de las fincas colindantes también. Así que los Hurrfiger y los Onünd vendrán con nosotros, junto con sus esclavos. Seremos bastantes.
- No se, Thorfinn, no me fío…
- Descuida amigo. Tanto Mjálgarah como yo estaremos seguros. Además llevo la maza de mi padre. Siempre le fue bien con ella.
- Odin te oiga ¿Cuándo pensáis partir?
- Mañana temprano. Vamos a unos kilómetros de aquí. Hay una aldea segura.
- ¿Y tus tierras y bienes?
- He llegado a un acuerdo con el conde Tréhol Larsson. Su hijo se hará cargo. Cómo se llamaba…
- Johannes.
- Si, Johannes Tréholsson. Protegerá las tierras de la comarca. Mis vecinos también han llegado a acuerdos con él.
- Por cierto, me han dicho que va a casarse ¿es cierto?

Thorfinn despertó en la fría nieve, mientras su caballo le movía con el hocico, preocupado.
Mil demonios. Un desmayo. Se lo advirtió el médico que le atendió. Recordando el remedio, cogió de una de sus faltriqueras un pequeño bote con líquido rojo, del cual ingirió un sorbo.
La recuperación fue instantánea. Maldita magia druídica, sabían lo que hacían. Montó en su caballo y se dirigió el desvío que le llevaba a la aldea de Iormann.
Después de 8 años de exilio, volvía a aquel lugar.


-Y bien, mi buen comerciante, ¿qué me traéis?
El conde Johannes sonreía con avidez, y su mueca fue devuelta por otra idéntica en la cara del comerciante.
- Traigo telas, joyas, vino y pieles. Lo que un conde de vuestra estirpe debe tener.
- Sí- Johannes suspiró. En la tierra de los francos tenía toda clase de lujos, pero aquí solo hay barro y hombres.
- Dejémonos de idioteces, Johannes, sabes a qué he venido-increpó el comerciante.
- Lo se, mi avieso amigo.
- Mis bienes a tu nombre. Qué hay de ellos.
El conde sonrió malévolamente.
- Produciendo ininterrumpidamente, querido Mystaryk, y protegidos por mis hombres.
- ¿Y…?- Mystaryk le miró inquisidoramente con sus pequeños ojos oscuros.
- Sin problema, amigo. Sin problema
- Excelente.
Era extraño para quien pasase por allí, pero parecía que el mercader controlaba, de alguna manera sospechosa, al apocado conde.
- ¿Tus hombres…?-preguntó el noble
- No saben nada. Es un trato entre tú y yo.
- Bien. Espero que así sea.

Mientras, en el campamento, Daghas hablaba un momento con Glen tras la herreria.
- Sin extraños estos comerciantes. Por lo general, se pararían en el centro del campamento y empezarían a vender. Pero estos están…¿montando guardia? en la sala principal.
- Sí, es extraño- contestó Glen- No es muy normal…
- Voy a ver qué averiguo- sonrió Daghas guiñando un ojo a la guerrera y, antes de que ésta pudiese decir nada, desapareció.


Thorfinn caminó penosamente contra el viento y la nieve, por un camino semioculto por la maleza.
Todo lo que se veía en el pueblo era desolación y ruinas. Las piedras de las casas estaban ennegrecidas, y la maleza tapizaba el suelo, bajo un cielo gris y amenazante.
Su corazón se fue encogiendo con las visiones de la fatídica noche en la que aquel poblado de refugiados cayó. Siguió caminando por las desoladas calles, hasta un humilde cementerio.
Allí, cubierta de nieve y contra el viento, estaba la tumbad e su mujer y el que debería haber sido su hijo. Unidos para siempre.
Una tumba sola.
Y fría.