martes, 9 de marzo de 2010

Cabos sueltos

Los hechos estarían destinados a transcurrir muy rápidamente durante las próximas horas. En un punto y en otro, la tensión era viviente, palpable. Como una tormenta que se avecina, las almas estaban inquietas, rechinaban contra las paredes del cuerpo, a veces en forma de golpe al suelo o al escudo, a veces en forma de maldición mascullada entre iracundos dientes y apretadas mandíbulas…o, en el otro extremo, el alma inquieta estaba feliz, dándose al vino y a la comida, pavoneándose ante una persona atada y desarmada, o ante otra en la cual, la ira era su segundo fluido vital junto con la sangre.

En otros momentos, las almas estaban deprimidas, caídas, pero se levantaban con la fuerza de 3 inviernos, y miraban al frente, y veían su destino y su justicia. Y cabalgaban a lomos de caballos haciendo repicar las trabillas de metal, y con lágrimas en los recios ojos y con ira en el corazón, aproximándose a su destino.

Un cuerno sonó en medio del campamento, y todos los hombres salieron de sus tiendas, remendando sus ropas o bruñendo sus armas. En la casa principal, se abrieron las puertas y aparecieron el conde, vestido de batalla, y a su lado Daghas, con sus ropas y con la cara velada por un pañuelo. En infame conde habló:

-¡Guerreros, soldados! ¡Escuchadme! Ha sido descubierto un gran mal. El oficial Daghas, en quien tanto confiabais, ha sido sorprendido en acto de traición. Poseemos las pruebas necesarias para condenarlo a muerte. Pero es mi voluntad, y es justo que lo veáis como un acto de piedad y hombría, pues eso es lo que es, que el oficial Daghas se enfrente contra mí en singular combate, a fin de mantener su dignidad.-

El conde cerró los ojos esperando los aplausos. Aplausos que no llegaron. Abrió los ojos, y lo que vio fueron rostros escépticos, extrañados y enfadados. ¿Daghas traidor? ¿El conde se atrevía a retar a Daghas? Algo no funcionaba bien. Algo no era como debía ser. Si el conde retaba a Daghas…debía tener algo seguro.

El contrariado conde carraspeó:

-El combate será dentro de dos días, en la plaza central del campamento. Habrá comida y bebida para todos, y presenciaréis una lucha única. Todos sois mis invitados. ¡Así que servíos!

Dejó una sonrisa en su cara, mientras los mercaderes judíos bajaban carne, pan y cerveza a la plaza central. Cuando lo dejaron todo, se colocaron frente al conde, formando una negra barrera.

-¡Comed!- gritó el conde. Los pocos que se movieron fueron retenidos por sus compañeros.- ¡Vamos, comed!- El conde se ponía nervioso y el silencio persistía.

Glen se vio observada por cientos de ojos que buscaban una respuesta. Uno de sus capitanes se acercó.

-Mi señora, ¿Qué hacemos? No nos parece bien todo esto, y los hombres no quieren aceptar algo de una persona como…el conde.

Glen contestó reposadamente:

-Comed, es necesaria la tranquilidad para evitar la sublevación y el castigo.

-Como digáis, señora- Heik (que así se llamaba el capitán) dio órdenes a sus oficiales, y éstos a los demás, hasta que todo el mundo estaba comiendo en actitud reposada.

-Excelente, mi poder no decrece…-se dijo a sí mismo el ingenuo conde. –Ah, por cierto, soldados. Me complace anunciaros dos cosas más.

Automáticamente, los hombres dejaron de comer y se miraron los unos a los otros. Algo había, ya estaban seguros.

-Lo primero…-una polvareda se levantó ante la puerta del campamento y se escucharon los acostumbrados gritos de alto.

-Ah perfecto, me viene perfecto. Lo primero que os quería decir es que saludéis a nuestros nuevos compañeros. Hijos de oriente. Reforzarán nuestras tropas…y mi guardia personal…

Entraron a caballo unos 250 jinetes con barbas oscuras y extrañas armaduras (el herrero comentó en voz alta que era auténtico trabajado oriental, de buena factura) y se acercaron al conde. Desmontando el que parecía ser el oficial al mando, hizo una extraña reverencia al noble, y sus hombres se situaron frente a la casa mayor, portando alabardas y unas extrañas espadas curvas.

Johannes vio la oportunidad para la segunda noticia:

-El segundo comunicado es…que el caballero Thorfinn está acusado de deserción y traición, y que todo aquel que se encuentre con él deberá traerme su cabeza a cambio de una suma de dine…-

Una explosión de gritos calló al conde. ¡Eso era demasiado! ¡Primero Daghas, luego Thorfinn, ambos caballeros de virtud intachable, condenados a lucha desigual o a muerte! ¡Y además nuevos soldados! ¡Menos a repartir, por un capricho del conde!

Acto seguido, los soldados orientales cerraron un círculo en torno a Johannes brindándole protección.

-¡Esa es mi voluntad y se ha de cumplir! Ahora, capitanes, apacigüen a sus hombres para que los encarcelamientos no se sucedan. ¡Vamos!

El conde se metió de nuevo en su refugio junto con varios soldados, mientras otros hacían guardia ante el salón principal. Se había empezado a desatar la ira. Y todos lo sabían, y lo notaban.

Aquello iba a acabar mal.

Hacía años…8años exactamente…

Una figura encorvada se acercaba a un pueblo. Se echaba pesadamente sobre la grupa de su caballo. De lejos, parecía una persona herida. Viéndolo más de cerca, lo único que parecía herido era su alma…

El día llegaba a su fin, y comenzarían los meses nocturnos. Las antorchas refulgían en las casas y se escuchaban voces.

A medida que se iba internando en el poblado, el jinete se incorporaba sobre la montura y la gente lo observaba desde las pocas ventanas abiertas. Un saludo rompió el silencio.

-¡Thorfinn, viejo amigo! ¡Has vuelto! ¡Has vuelto por fin!- un hombre de pelo largo canoso y barba aún rubicunda le hablaba desde el umbral de una casa.-Pero que…-

Thorfinn cayó al barro frente a Ülver, que así se llamaba el hombre. Éste lo recogió apresuradamente y lo metió en la casa.

-¡Ilma! ¡Prepara agua caliente y una cama, rápido! ¡Y llama a Arkho, que venga lo más deprisa posible! Necesitamos su medicina-

Salió de la cocina una mujer de cuarenta y pocos años, con un cuchillo en la mano y un moño desaliñado y la cara blanquecina.

-¿Thorfinn? Por los dioses ¿Qué te ha pasado?-preguntó.

-Deja de hablar y haz lo que te he pedido. Y llama a Liam y Cormac, creo que están en los establos. Que vengan a ayudarme.-

-¡Si, voy!- la mujer puso una olla de bronce calentándose en el fuego central de la casa y corrió a por los esclavos irlandeses.

Al poco tiempo, los dos pelirrojos gemelos aparecieron por la puerta derecha de la casa, aún con las cinchas de cuero en las manos.

-Señor Ülver, ¿nos habéis llamad…? ¡Thorfinn!- Corrieron hacia Ülver y le ayudaron a subir a Thorfinn a un banco, tumbado.

-Liam, trae tela empapada en agua caliente. Y tú, Cormac, prepara la cama del cuarto de huéspedes. Este joven necesita curación y descanso. ¡Ilma!-

Al fondo, se oyó un caballo galopando hacia el norte del poblado.

-Ya ha ido a avisar al chamán, señor-dijo Liam.

Acto seguido, trajo unos retales de tela limpia empapados en agua caliente y se los colocó a Thorfinn en la frente y la nuca, y con otro le limpiaba la cara y le frotaba las manos.

-¿Ves algo, Liam?-inquirió Ülver.

-Una cura rápida hecha por manos hábiles. Pero me temo que Thorfinn no esperó lo suficiente.- sacó la tela de debajo de la nuca y vio sangre.

-Efectivamente, no está curado del todo. Pero algo más debe haber para que esté tan débil. He estado en muchas batallas, y estas heridas no son suficientes para tumbar a un hombre.-

-¡La cama está lista! ¡Llevémoslo!- gritó Cormac desde el fondo de la sala. Entre los tres hombres, llevaron suavemente a Thorfinn hasta el cuarto, y lo dejaron sobre la mullida cama de paja con mantas.

-Dónde se habrá metido esta mujer… ¡Atendedle, voy fuera a mirar!-

Los hermanos irlandeses asintieron y siguieron colocando el cuarto, mientras hablaban entre ellos en su lengua gaélica natal.

Ülver, saliendo a la calle, se dio de bruces contra la alta figura del chamán en la puerta.

-Hola Ülver. Tu mujer me ha dicho que necesitas mis conocimientos-dijo pausadamente Arkho

El chamán era un hombre maduro, notablemente alto y nervudo. Tenía la cabeza rapada y una barba espesa y gris que le llegaba hasta la cintura. Sus ojos glaucos y profundos horadaban el alma, y sus pómulos resaltaban su expresión de interrogatorio. Casi nunca se le veía sonreír, y cuando lo hacía, unos dientes extrañamente regulares y blancos sobresalían bajo su espeso bigote. Vestía una túnica larga de color marrón claro, resaltando aquí y allá detalles de dibujos en color azul. Y siempre con él, inseparable, su cayado, hecho con madera del mismo corazón de un roble y rematado por una figura tallada de un jabalí. Se decía que podía tener ascendencia gaélica, pero el nunca lo afirmó ni lo negó. Era un hombre tranquilo y solitario, en definitiva. Y tremendamente sabio.

-Hola Arkho. Si, necesitamos tu ayuda. Es Thorfinn, acaba de llegar y se ha desmayado. Necesitamos que…

-Llévame hasta él- la voz profunda del chamán-druida se metía en los huesos de Ülver y le tranquilizaba.

-Vamos. ¡Cormac! ¡Liam! Salid, Arkho quiere ver a Thorfinn-ordenó el señor de la casa.

-Liam puede quedarse. Tienes nociones en el arte de la curación ¿no?-preguntó Arkho.

-Si señor.-

-Pues me ayudarás y así tú también aprenderás. Cormac, tú avisa al Thing. . Creo que aquí ha pasado algo más que lo que se ve.

-Sí, chamán- Cormac salió a toda prisa hacia la casa principal.

-Bien Ülver, si nos disculpas, tenemos mucho que hacer. Si pudieras traernos cerveza y algo de comida, te lo agradecería-dijo Arkho.

-Desde luego, amigo, ahora mismo.-

-Bien. Empecemos a verle- Arkho cerró suavemente la puerta de madera, y sólo s escuchaban murmullos quedos. Al poco, Ülver se acercó a la puerta junto a Ilma, llevando pan, carne, leche y cerveza. Liam abrió con las manos manchadas de sangre y la preocupación en los ojos. Agradeció silenciosamente la comida y volvió dentro.

El señor de la casa se sentó pesadamente en un banco del salón, y a su lado se sentó su mujer.

-Querida Ilma, ¿qué habrá pasado?-preguntó tristemente el viejo guerrero.

-No lo sé, esposo. Pero confiemos en Liam y Arkho-rascó el pelo canoso de su marido- Vete a descansar, te avisaré si pasa algo. Mañana debes estar despejado par ir al Thing-

-Gracias querida-Ülver dio un cariñoso beso en la frente a su mujer. Pronto volveré a relevarte, sólo necesito descansar un poco-

Cerró la puerta del dormitorio, e Ilma se quedó sola en la silenciosa casa, mirando la puerta del dormitorio de huéspedes.

Por los infiernos de Hela, ¿qué había ocurrido?



hala, quedaos a gusto!! por cierto, el thing era el consejo regional. una cosita mas que sabeis.

nos vemos!!

martes, 23 de junio de 2009

Cabos Sueltos ( I )

Thorfinn entreabrió los ojos, pero estaban velados por una bruma blanquecina, parecida a la que se forman en los bosques al amanecer. Intentó mover, a duras penas, un brazo, pero unas manos fuertes lo retuvieron en su sitio.
-Aún no, joven-dijo una voz grave-aún debes…

-…aprender quién manda aquí.
Johannes clavaba una mirada de ira a Daghas, que estaba colgado de las muñecas en una exigua y perdida cabaña de adobe. A un gesto del conde, uno de los mercaderes azotó los lumbares de Daghas con una vara flexible de avellano, dejando una marca sanguinolenta. Pero ni un quejido salió de la ensangrentada boca del guerrero. Sus hinchados ojos solo le permitían ver una bruma rojiza. Solo una bruma.
-¿Aún no te has…?

…cansado. Así se sentía Thorfinn. Agotado, abotargado. Pero sereno. La voz del hombre con ese fuerte acento (creía que de Irlanda) relajaba sus músculos y confortaba su mente.
-Por las marcas de tu brazo, esas quemaduras, y tu maza, diría que te conozco…Así como conocía a tu mujer, Myálgarah…
El corazón de Thorfinn se…

…encogió de incertidumbre y pena. Glen caminaba por todo el campamento, preguntando a todos si sabían dónde estaba Daghas o si tenían alguna noticia de Thorfinn. Todo eran negativas, lo que aumentaba su nerviosismo. Daghas debía haber llegado ya, pero no aparecía. Glen debía hacer algo, pero no era el momento para una…

…insurrección!¡Desacato!¡Desorden!¡De eso se te acusamos, Daghas Sundsson!-gritó Johannes a la cara del preso. El oscuro guerrero esbozó una taimada sonrisa y preguntó, como pudo:
¿Y qué razones tenéis para acusarme de eso, señor conde?
Mystarik salió de un oscuro rincón y le sermoneó desde la protección que le da a la rata una jaula:
-Sabemos bien qué tramáis contra el conde y contra mí, un humilde mercader-sonrió-Mis hombres han hecho las averiguaciones pertinentes, y lo sabemos. Eso, junto con el apresamiento por el cual te cogimos. Estabas oculto entre las…

…sombras. Sólo veo sombras y de esa noche. Un fuerte dolor en la cabeza. Y después…me desperté en una cabaña, ayudado por un hombre irl…-los ojos de Thorfinn, cerrados, se abrieron de golpe-¿Alasdair? ¿Tú eres…Alasdair?¿Amigo mío?
El rostro del anciano se ensanchó en una sonrisa-Veo que me recuerdas, joven Thorfinn. Me doy cuenta de que la gratitud entre tu gente es igual que entre la mía. A través de los años.
-¡Pero Alasdair, amigo mío, no sabía nada de tu suerte!¿Porqué te quedas aquí, en un cementerio en ruinas?
Los ojos del anciano se hicieron graves.-Para ayudar a los que están al otro lado Thorfinn. Mi pueblo cree en la permanencia del espíritu inquieto, ya lo sabes. Yo les ayudo a encontrar la…

…Paz. Glen sólo quería eso. Descanso para su cuerpo y su mente, y para todos sus compañeros. Pero se veía sola. El triángulo peligraba. El juramento temblaba. Estaba desamparada. Aun así, pretendía llevar encima la carga. Ella sola, sin ayuda. Así era su carácter. Y seguía sin saber…

Nada de sus amigos. No sé cómo están mis compañeros. Pero tú, viejo amigo, quizás podrías permitirme saber cómo está Myálgarah.
El anciano se mesó la espesa y canosa barba con ademán pensativo-No sé nada de ella, Thorfinn. La he intentado buscar, pero no sé nada. No me habla. Ni siquiera sé si está ahí, como tantos otros. Escapan a mi percepción. Quizás deberías…

…comprobarlo por ti mismo? Desde luego-Johannes cogió una carta y se la mostró a Daghas.-Mira. Aquí relata una por una tus intenciones. Y ahí está tu marca.
Mientras sonreía malévolamente, Daghas se quedó de piedra. ¿Carta? Nunca había escrito nada igual.
-Además, sabemos que, gracias a ti, una persona que…no nos es grata, conoce cosas. Por ejemplo, tu hermano Thorfinn, mi esposa, o…
El corazón de Daghas se quedó…

…frío como el huelo, al conocer de boca de sus hombres, fieles a ella…

…toda la verdad. La cruda y cruel verdad que reposaba en su maza de plata.

jueves, 19 de febrero de 2009

Pequeña continuación.

Thorfinn sintió unos olores característicos. Notó como unas manos apenas rozaba su cara, y como un pqueños huesecillos chocaban contra su frente, mientras un canto gutural, hipnótico, inundaba cada una de las regiones de su alma.
Intentó moverse, pero fue en vano. Su cuerpo no respondía, Se sentía muy muy pesado, e igual de indefenso que un niño al nacer.
No sabia que pasaba.

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-¡Traicion!- gritó un mercader mientras sujetaba a Daghas por su capa.
-Excelente, mi querido amigo Daghas...te esperábamos. Queríamos hacerte partícipe de una maravillosa idea que nos hará felices tanto a Mystarik como a mí- los ojos del conde brillaban de rencor y maldad.
-Siéntate, y prepárate a ver una caída importante-

La risa del conde se perdió entre los tapices de la sala, mientras Daghas, aturdido y sangrante, veía como se aproximaban 3 hombres sujetando algo entre las manos...

De momento eso! Pronto, mas!

martes, 9 de diciembre de 2008

La búsqueda (V)

Ató a su caballo a un tronco y se acercó a la lápida tallada. Lentamente, se arrodilló en el suelo y quitó, con su mano enguantada en cuero, la nieve que se había posado sobre las runas en la piedra.
Poco a poco, fue descubriendo un nombre que había permanecido durante 8 años tapado. El dibujo de las runas fue apareciendo ante él. Con emoción contenida, leyó la lápida.
“Aquí yace Mjálgarah, hija de Thorin y Maär, para su descanso junto a su hijo no nacido.”

Siguió leyendo abajo:

“Su esposo Thorfinn juró venganza. Sea hecha la voluntad de los dioses”

Una solitaria lágrima recorrió el curtido rostro del guerrero. Todavía recordaba (cómo olvidarla) la noche del ataque.

Las casas ardían. Un humo blanco y espeso se elevaba en el aire, junto a los gritos y el chocar de armas.
Nadie sabía de dónde habían salido, ni quiénes eran. Los hombres del conde estaban degollados, vertiendo sangre en el suelo y formando charcos, barro y propiciando resbalones.
El fuego fue extendiéndose rápidamente entere los tejados de paja de las casas, hasta que, en unos pocos minutos, el pueblo ardía por todos los lados.
Los miserables atacantes, vestidos con negros ropajes, portaban antorchas que lanzaban sobre las casas, mientras otro grupo echaba haces de hierba verde sobre el fuego de la plaza, creando humo, en el que se amparaban para atacar.
Todos los habitantes, ancianos, hombres, mujeres y niños, luchaban contra el fuego o contra los bastardos asesinos.
Armados con palos, cuchillos, espadas…hasta piedras, intentaban rechazar lo irrefrenable. Thorfinn luchaba a brazo partido, con su maza empapada en sangre y sesos. Ya tenía a cinco a sus pies, aunque no tenía descanso. Un rápido giro voló por los aires la cabeza de un atacante, haciendo un arco horizontal de izquierda a derecha. Miró a su alrededor, buscando a su mujer, y la vio al fondo, al lado del fuego, tumbando de un certero cuchillazo en al yugular a un maldito.
Thorfinn se sentía orgulloso de ella. Luchaba con todas sus fuerzas, maza en mano, por su hijo, por su mujer y por él. Uno tras otro, los enemigos caían bajo el furioso cuchillo de su mujer.

Pero, en un instante, un fuerte golpe en la cabeza hizo tambalear al guerrero. Antes de que todo se volviese negro, vio la silueta de su mujer, Y, tras ella, una acechante figura, a su espalda , empuñando una espada para caer sobre la desprevenida mujer.
Thorfinn no pudo gritar. No pudo moverse. Solo vio negro.
Y después, silencio.

martes, 4 de noviembre de 2008

La Busqueda IV

Una mañana clara. Un dintel de una puerta, en una verde finca, arada por hombres y mujeres. Primavera avanzada. La vida se respira. La conversación es amable, entre amigos. Dentro, una mujer teje ropas pequeñas.
Se está bien aquí.

- Si Rohl, los ataques se intensifican. No creo que estemos seguros aquí.
- Si, pero Thorfinn, ¿a dónde vas a ir con tu mujer encinta? Los caminos son largos y peligrosos. Hace un tiempo que la región ya no es como era antes, y eso me preocupa.
- Ah, no te preocupes Rohl. Vamos con un grupo de comerciantes del sur. No hay peligro. Tendremos cobertura, y además no somos los únicos que vamos. Los de las fincas colindantes también. Así que los Hurrfiger y los Onünd vendrán con nosotros, junto con sus esclavos. Seremos bastantes.
- No se, Thorfinn, no me fío…
- Descuida amigo. Tanto Mjálgarah como yo estaremos seguros. Además llevo la maza de mi padre. Siempre le fue bien con ella.
- Odin te oiga ¿Cuándo pensáis partir?
- Mañana temprano. Vamos a unos kilómetros de aquí. Hay una aldea segura.
- ¿Y tus tierras y bienes?
- He llegado a un acuerdo con el conde Tréhol Larsson. Su hijo se hará cargo. Cómo se llamaba…
- Johannes.
- Si, Johannes Tréholsson. Protegerá las tierras de la comarca. Mis vecinos también han llegado a acuerdos con él.
- Por cierto, me han dicho que va a casarse ¿es cierto?

Thorfinn despertó en la fría nieve, mientras su caballo le movía con el hocico, preocupado.
Mil demonios. Un desmayo. Se lo advirtió el médico que le atendió. Recordando el remedio, cogió de una de sus faltriqueras un pequeño bote con líquido rojo, del cual ingirió un sorbo.
La recuperación fue instantánea. Maldita magia druídica, sabían lo que hacían. Montó en su caballo y se dirigió el desvío que le llevaba a la aldea de Iormann.
Después de 8 años de exilio, volvía a aquel lugar.


-Y bien, mi buen comerciante, ¿qué me traéis?
El conde Johannes sonreía con avidez, y su mueca fue devuelta por otra idéntica en la cara del comerciante.
- Traigo telas, joyas, vino y pieles. Lo que un conde de vuestra estirpe debe tener.
- Sí- Johannes suspiró. En la tierra de los francos tenía toda clase de lujos, pero aquí solo hay barro y hombres.
- Dejémonos de idioteces, Johannes, sabes a qué he venido-increpó el comerciante.
- Lo se, mi avieso amigo.
- Mis bienes a tu nombre. Qué hay de ellos.
El conde sonrió malévolamente.
- Produciendo ininterrumpidamente, querido Mystaryk, y protegidos por mis hombres.
- ¿Y…?- Mystaryk le miró inquisidoramente con sus pequeños ojos oscuros.
- Sin problema, amigo. Sin problema
- Excelente.
Era extraño para quien pasase por allí, pero parecía que el mercader controlaba, de alguna manera sospechosa, al apocado conde.
- ¿Tus hombres…?-preguntó el noble
- No saben nada. Es un trato entre tú y yo.
- Bien. Espero que así sea.

Mientras, en el campamento, Daghas hablaba un momento con Glen tras la herreria.
- Sin extraños estos comerciantes. Por lo general, se pararían en el centro del campamento y empezarían a vender. Pero estos están…¿montando guardia? en la sala principal.
- Sí, es extraño- contestó Glen- No es muy normal…
- Voy a ver qué averiguo- sonrió Daghas guiñando un ojo a la guerrera y, antes de que ésta pudiese decir nada, desapareció.


Thorfinn caminó penosamente contra el viento y la nieve, por un camino semioculto por la maleza.
Todo lo que se veía en el pueblo era desolación y ruinas. Las piedras de las casas estaban ennegrecidas, y la maleza tapizaba el suelo, bajo un cielo gris y amenazante.
Su corazón se fue encogiendo con las visiones de la fatídica noche en la que aquel poblado de refugiados cayó. Siguió caminando por las desoladas calles, hasta un humilde cementerio.
Allí, cubierta de nieve y contra el viento, estaba la tumbad e su mujer y el que debería haber sido su hijo. Unidos para siempre.
Una tumba sola.
Y fría.

martes, 28 de octubre de 2008

La Búsqueda ( II )

-¿Cómo que se ha ido?-gritó Glen-¿Porqué, cuándo, con el permiso de quién?
-Mi señora, calmaos-dijo quedamente Daghas.- Si lo ha hecho, creedme que era en extremo necesario.
-¿Necesario?¡Aquí es necesario!¡Cuando vuelva, será rebajado de rango, arrestado y…y!- Glen se derrumbó en el suelo, sollozando quedamente. Daghas puso su reparadora mano en el hombro de la guerrera.
-No os preocupéis mi señora-dijo-Su búsqueda no puede retrasarse. No pidáis lo que todavía no comprendéis- Glen le miró escrutadoramente- Ah, y levantaos. Debéis descansar, pues mañana los aguardan más trabajos- Daghas sonrió afablemente- Vamos, dormid.

Glen recuperó la compostura y, con un breve saludo, se retiró a sus aposentos, mientras Daghas la seguía con la vista…
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A muchos kilómetros de allí, una figura de anchas espaldas llevaba por las riendas a su caballo, con la poca luz que les brindaba el joven amanecer.
Dejaban solitarias huellas en la nieve, que caía blandamente en el silencioso bosque, tiñéndolo todo de su puro color. Las cadenas hacían ruido al chocar contra las piezas de su armadura. La cabeza la llevaba cubierta con una capucha blanca, y sus barbas, llenas de escarcha y cayéndole hasta el pecho, se movían al ritmo de su paso.
Las lágrimas caían silenciosamente por la cara del guerrero.

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-¡Caravana aproximándose!- El grito del centinela se oyó en todo el campamento, haciendo salir a todos los hombres de sus tiendas, y provocando las quejas del conde por la agitación.
Un capitán, Horadsson, salió con cinco hombres a su encuentro.
-¡Alto!- el grito retumbó en todo el bosque, y la caravana, de apenas tres carros, se detuvo.
-Quienes sois, de dónde venís y que queréis.¡Rápido!-Horadsson era conocido por su férreo carácter.
-Tan sólo somos comerciantes que venimos desde el sur, desde tierras donde el sol quema el suelo y vivieron los profetas de Jerusalén.- contestó el que parecía el cabecilla.
-No conozco esas tierras ni esos profetas, pero registraremos vuestra caravana ¿sí o sí?-increpó el capitán.
-Como gustéis- el cabecilla se echó a un lado y los soldados registraron la caravana, mientras el capitán se encaraba con el jefe de los ocho comerciantes.
-Ya tuvimos un altercado con unos comerciantes, hace 3 años, en Fyrdyrfalki. Más os vale que digáis la verdad…-y acarició el pomo de su espada.

Al cabo de 15 minutos, los soldados volvieron. No había nada que temer.
-Soldados, esperad aquí. Voy a hablar con el conde.

Mientras tanto, los semíticos comerciantes miraban distraídos hacia el campamento, contemplando los muros y el humo elevándose.
Al cabo de un rato, el capitán, acompañado de 5 hombres y el conde, salieron de nuevo.
-Bienvenidos, amigos extranjeros-dijo el conde frotándose las manos llenas de lujosos anillos- Entrad.
Los comerciantes dijeron algo en su lengua y se pusieron en marcha. El conde se acercó al jefe de todos.
-Mi nombre es Johannes Tréholson, y soy el jefe de este campamento. ¿Y tú eres?
-Mystaryk, jefe de este destacamento de comerciantes-dijo vagamente el moreno mercader.
-Bueno, como veréis, aquí entrenamos a diario, y siempre algo de este tipo es una sana distracción.

Pasaban al lado de Daghas, que entrenaba a sus hombres en el arte de atacar sin ser visto, y el conde dirigió una mirada asqueada al guerrero, que le mandó una sonrisa a modo de burla.
-Aunque no siempre todos son de confianza- susurró el mercader, que apenas miró de reojo, lo justo para recordar una cara.

La comitiva llegó a las puertas de la sala principal, y ante la explanada, Glen entrenaba a sus hombres con escudo y espada. Sus hombres la trataban como a un guerrero más, y se sentían honrados de tenerla como maestra.
-Y bueno, esta es mi…-Johannes puso una mueca de asco y superioridad- mujer, que como veis, hace cosas de hombres.

Aquí, el judío abrió muchísimo los ojos, pues posiblemente, jamás había visto una mujer igual. Pero su admiración se convirtió en desprecio, cuando Glen se acercó a saludarle.
-¡Una mujer al mando de un ejército!¡Encima se cree una igual!- desdeñó el saludo de Glen- ¡Inaudito! Mi señor conde, creo que os iría mejor una vaca al mando de los hombres.¡Al menos, sirven para más!

Se rieron rasposamente, el conde y los ocho comerciantes, mientras la escolta del infame noble se retiraba asqueada por su actitud.
Glen, con la mandíbula apretada, sólo hizo una cosa…
-¡Soldados!¡Formación!-rugió la guerrera, mientras chocaba la espada contra el escudo.

En ese momento, los veinte hombres se pusieron en formación. Escudos cubriendo el torso y adelantados, rodillas levemente flexionadas y la punta de sus espadas apuntando a las carretas.
Los semíticos comerciantes chillaron como ratas, escondiéndose tras los carros, asustados, mientras el conde y el jefe mercader se apretaban contra el buey que tiraba de los carros. En esos momentos, ambos pisaron sus túnicas y sus caras botas de suave piel contra un enorme excremento del rumiantes. Las sedas y als pieles se tiñeron de un repugnante color verdoso.
-Bueno- dijo satisfecha Glen- Esperemos que las vacas no luchen nunca.

Todos los hombres se carcajearon, mientras el conde entraba acompañado de los mercaderes en el salón, y tras ellos los guardias, que difícilmente se aguantaban la risa.
-Thorfinn…¿dónde estás?-pensó Glen-Vamos-dijo volviendo al entrenamiento-¡Desde el principio!

Mientras tanto, a cientos de kilómetros de allí, Thorfinn yacía en la niev

jueves, 23 de octubre de 2008

La Búsqueda (I)

LA BÚSQUEDA ( I )

Pasaron los días, llegando a la semana. Thorfinn se iba recuperando rápidamente de sus heridas, incluso a veces se acercaba a los fuegos de campamento, para charlar con sus compañeros y reír con sus gracias.

Pero, desde su recuperación, tanto Glen como Daghas habían adevertido que el fulgor de sus ojos se había atenuado, y que (sin que Thorfinn supiese que le observaban) pasaba lñargos períodos del día alejado de la gente, mirando con tristeza al frío suelo, sentado, con actitud abatida, sobre un tocón.

Daghas decidió intervenir. A diferencia de Glen (cuyo conflicto con su marido le llevaba a reunirse día si día también con sus consejeros), Daghas podía a veces escapar de la rutina militar y, utilizando sus artes para el espionaje, observaba la actitud de su amigo. Decidió que debía conocer y solucionar el problema.

-¿Qué tal esa recuperación, hermano?- dijo Daghas saliendo silenciosamente tras una choza.
-¿Eh?- Thorfinn salió de su ensimismamiento-Ah, hola Daghas. Pues…bueno, estaba aquí, meditando mi próximo viaje
-¿Próximo via…que tú..cómo?- Daghas dio un respingo de sorpresa.
-Si, viaje. O más exactamente, mi búsqueda- contestó Thorfinn, esbozando una triste sonrisa.
-¿Búsqueda?¿Qué búsqueda?¿De qué diablos estás hablando, en el nombre de la tierra?
-Hermano…creo que…debo retirarme al menos un tiempo de vuestro lado.
-¡Eso es abs…!
-Déjame terminar- cortó Thorfinn suavemente-creo que, por mi culpa, os podéis meter en un lío. Soy yo el responsable de que Glen esté enfrentada al conde, y el culpable de que tú estés en peligro de ser destituido de tu cargo. He sido yo. Y también creo que yo…-Thorfinn enmudeció, volviendo a mirar al suelo.
-¿Qué tú qué?-replicó Daghas.
- No te preocupes hermano. No importa-dijo.
- Pero ¿porqué no me cuentas lo que te sucede, Thorfinn?-inquirió Daghas, esperanzado.
-Quizás…en otra ocasión. Ahora he de preparar mis cosas. Partiré esta noche. Recogeré mis armas, mi tienda y un poco de alimento, y partiré hacia el norte, en dirección a Haajeck. Hacia los bosques.

Los compañeros miraron al horizonte del ocaso en silencio.

-¿Volverás?- preguntó tristemente Daghas.
-Desde luego que sí-respondió su amigo. Sabes que siempre lo hago. Sólo necesito que las cosas vuelvan a su cauce. Además, hace ya tiempo que no visito la tumba de Mjálgarah.
- Cierto, y eso no es de buen esposo…¿lo sabe Glen?
-No, de momento no-musitó Thorfinn-Hay recovecos de mi alma que aun no conoce.
-De acuerdo…¿Necesitas ayuda en algo?-preguntó Daghas.
-No, todo lo tengo en la tienda, Lo único que falta es…
-¿Es?- inquirió el silencioso guerrero.
-Algo de comer y de beber. Vamos a cenar aquí ¿de acuerdo?
-¡Jajajajajaja!¡Maldito seas Thorfinn, tu estómago será siempre el mismo? Rió con fuerza Daghas, a lo que Thorfinn contestó encogiéndose de hombros y con una mueca de inocencia.

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Los hombres se iban volviendo a sus tiendas tras la comida y la bebida. Poco tiempo después, todo el campamento dormía, excepto tres personas: Thorfinn, Daghas y Glen, que aún se encontraba en la sala de generales debatiendo con sus consejeros.

Mientras tanto, Thorfinn y Daghas se encontraban amparados en la oscuridad, en las afueras del campamento.
-Bueno- dijo Thorfinn mientras terminaba de ajustar su maza a la montura- Esto ya está- Miró a Daghas sonriendo y le puso una mano en el hombro- ¿Recuerdas el juramento el día que nos conocimos los tres, tras nuestra primera batalla juntos?

Daghas sonrió- “No hay guerra tan grande, ni catástrofe tan horrible en todos los mundos que destruya el facto de fidelidad y amistad que nos une”. Thorfinn se unió al juramento con voz grave-“Pues bien saben los dioses que hemos ganado grandes batallas y que nuestro valor, fuerza y honor son grandes. Mi honor es mi vida, y mis amigos, mi bastión”
Los compañeros se sonrieron y se dieron un fuerte y breve abrazo.

-Si Glen preguntase…-
-Volverás- respondió Daghas- o te traeré yo mismo de las barbas.
Thorfinn rió. Montando en su caballo, miró por última vez el campamento, como queriendo recordar cada figura y cada roca o tronco que lo componían.
Giró su caballo hacia el camino del norte, hacia los bosques sagrados, y miró el firmamento. Las estrellas y los dioses guardarían a sus amigos…a sus hermanos, hasta su vuelta. Se despidió de Daghas con un saludo de cabeza, y se encaminó por la nevada senda., llena de hojas secas y ramas. Su figura fue difuminándose, hasta ser absorbido por la oscuridad.

Thorfinn se había marchado…

A los pocos momentos, Daghas volvió al campamento, obviamente sin ser descubierto, y caminó tranquilamente hacia su tienda. En ese momento, Glen salía de la sala de generales, con el rostro cansado y ojeroso enmarcado en sus cabellos rubios.

-Hemos terminado por hoy- fue su respuesta- Esos malditos buitres lo quieren todo. Menos mal que puedo veros a vosot…- enmudeció- ¿Dónde está Thorfinn? ¿Daghas?

Como toda respuesta, Daghas miró al cielo.

Y sonrió a las estrellas.