martes, 28 de octubre de 2008

La Búsqueda ( II )

-¿Cómo que se ha ido?-gritó Glen-¿Porqué, cuándo, con el permiso de quién?
-Mi señora, calmaos-dijo quedamente Daghas.- Si lo ha hecho, creedme que era en extremo necesario.
-¿Necesario?¡Aquí es necesario!¡Cuando vuelva, será rebajado de rango, arrestado y…y!- Glen se derrumbó en el suelo, sollozando quedamente. Daghas puso su reparadora mano en el hombro de la guerrera.
-No os preocupéis mi señora-dijo-Su búsqueda no puede retrasarse. No pidáis lo que todavía no comprendéis- Glen le miró escrutadoramente- Ah, y levantaos. Debéis descansar, pues mañana los aguardan más trabajos- Daghas sonrió afablemente- Vamos, dormid.

Glen recuperó la compostura y, con un breve saludo, se retiró a sus aposentos, mientras Daghas la seguía con la vista…
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A muchos kilómetros de allí, una figura de anchas espaldas llevaba por las riendas a su caballo, con la poca luz que les brindaba el joven amanecer.
Dejaban solitarias huellas en la nieve, que caía blandamente en el silencioso bosque, tiñéndolo todo de su puro color. Las cadenas hacían ruido al chocar contra las piezas de su armadura. La cabeza la llevaba cubierta con una capucha blanca, y sus barbas, llenas de escarcha y cayéndole hasta el pecho, se movían al ritmo de su paso.
Las lágrimas caían silenciosamente por la cara del guerrero.

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-¡Caravana aproximándose!- El grito del centinela se oyó en todo el campamento, haciendo salir a todos los hombres de sus tiendas, y provocando las quejas del conde por la agitación.
Un capitán, Horadsson, salió con cinco hombres a su encuentro.
-¡Alto!- el grito retumbó en todo el bosque, y la caravana, de apenas tres carros, se detuvo.
-Quienes sois, de dónde venís y que queréis.¡Rápido!-Horadsson era conocido por su férreo carácter.
-Tan sólo somos comerciantes que venimos desde el sur, desde tierras donde el sol quema el suelo y vivieron los profetas de Jerusalén.- contestó el que parecía el cabecilla.
-No conozco esas tierras ni esos profetas, pero registraremos vuestra caravana ¿sí o sí?-increpó el capitán.
-Como gustéis- el cabecilla se echó a un lado y los soldados registraron la caravana, mientras el capitán se encaraba con el jefe de los ocho comerciantes.
-Ya tuvimos un altercado con unos comerciantes, hace 3 años, en Fyrdyrfalki. Más os vale que digáis la verdad…-y acarició el pomo de su espada.

Al cabo de 15 minutos, los soldados volvieron. No había nada que temer.
-Soldados, esperad aquí. Voy a hablar con el conde.

Mientras tanto, los semíticos comerciantes miraban distraídos hacia el campamento, contemplando los muros y el humo elevándose.
Al cabo de un rato, el capitán, acompañado de 5 hombres y el conde, salieron de nuevo.
-Bienvenidos, amigos extranjeros-dijo el conde frotándose las manos llenas de lujosos anillos- Entrad.
Los comerciantes dijeron algo en su lengua y se pusieron en marcha. El conde se acercó al jefe de todos.
-Mi nombre es Johannes Tréholson, y soy el jefe de este campamento. ¿Y tú eres?
-Mystaryk, jefe de este destacamento de comerciantes-dijo vagamente el moreno mercader.
-Bueno, como veréis, aquí entrenamos a diario, y siempre algo de este tipo es una sana distracción.

Pasaban al lado de Daghas, que entrenaba a sus hombres en el arte de atacar sin ser visto, y el conde dirigió una mirada asqueada al guerrero, que le mandó una sonrisa a modo de burla.
-Aunque no siempre todos son de confianza- susurró el mercader, que apenas miró de reojo, lo justo para recordar una cara.

La comitiva llegó a las puertas de la sala principal, y ante la explanada, Glen entrenaba a sus hombres con escudo y espada. Sus hombres la trataban como a un guerrero más, y se sentían honrados de tenerla como maestra.
-Y bueno, esta es mi…-Johannes puso una mueca de asco y superioridad- mujer, que como veis, hace cosas de hombres.

Aquí, el judío abrió muchísimo los ojos, pues posiblemente, jamás había visto una mujer igual. Pero su admiración se convirtió en desprecio, cuando Glen se acercó a saludarle.
-¡Una mujer al mando de un ejército!¡Encima se cree una igual!- desdeñó el saludo de Glen- ¡Inaudito! Mi señor conde, creo que os iría mejor una vaca al mando de los hombres.¡Al menos, sirven para más!

Se rieron rasposamente, el conde y los ocho comerciantes, mientras la escolta del infame noble se retiraba asqueada por su actitud.
Glen, con la mandíbula apretada, sólo hizo una cosa…
-¡Soldados!¡Formación!-rugió la guerrera, mientras chocaba la espada contra el escudo.

En ese momento, los veinte hombres se pusieron en formación. Escudos cubriendo el torso y adelantados, rodillas levemente flexionadas y la punta de sus espadas apuntando a las carretas.
Los semíticos comerciantes chillaron como ratas, escondiéndose tras los carros, asustados, mientras el conde y el jefe mercader se apretaban contra el buey que tiraba de los carros. En esos momentos, ambos pisaron sus túnicas y sus caras botas de suave piel contra un enorme excremento del rumiantes. Las sedas y als pieles se tiñeron de un repugnante color verdoso.
-Bueno- dijo satisfecha Glen- Esperemos que las vacas no luchen nunca.

Todos los hombres se carcajearon, mientras el conde entraba acompañado de los mercaderes en el salón, y tras ellos los guardias, que difícilmente se aguantaban la risa.
-Thorfinn…¿dónde estás?-pensó Glen-Vamos-dijo volviendo al entrenamiento-¡Desde el principio!

Mientras tanto, a cientos de kilómetros de allí, Thorfinn yacía en la niev

jueves, 23 de octubre de 2008

La Búsqueda (I)

LA BÚSQUEDA ( I )

Pasaron los días, llegando a la semana. Thorfinn se iba recuperando rápidamente de sus heridas, incluso a veces se acercaba a los fuegos de campamento, para charlar con sus compañeros y reír con sus gracias.

Pero, desde su recuperación, tanto Glen como Daghas habían adevertido que el fulgor de sus ojos se había atenuado, y que (sin que Thorfinn supiese que le observaban) pasaba lñargos períodos del día alejado de la gente, mirando con tristeza al frío suelo, sentado, con actitud abatida, sobre un tocón.

Daghas decidió intervenir. A diferencia de Glen (cuyo conflicto con su marido le llevaba a reunirse día si día también con sus consejeros), Daghas podía a veces escapar de la rutina militar y, utilizando sus artes para el espionaje, observaba la actitud de su amigo. Decidió que debía conocer y solucionar el problema.

-¿Qué tal esa recuperación, hermano?- dijo Daghas saliendo silenciosamente tras una choza.
-¿Eh?- Thorfinn salió de su ensimismamiento-Ah, hola Daghas. Pues…bueno, estaba aquí, meditando mi próximo viaje
-¿Próximo via…que tú..cómo?- Daghas dio un respingo de sorpresa.
-Si, viaje. O más exactamente, mi búsqueda- contestó Thorfinn, esbozando una triste sonrisa.
-¿Búsqueda?¿Qué búsqueda?¿De qué diablos estás hablando, en el nombre de la tierra?
-Hermano…creo que…debo retirarme al menos un tiempo de vuestro lado.
-¡Eso es abs…!
-Déjame terminar- cortó Thorfinn suavemente-creo que, por mi culpa, os podéis meter en un lío. Soy yo el responsable de que Glen esté enfrentada al conde, y el culpable de que tú estés en peligro de ser destituido de tu cargo. He sido yo. Y también creo que yo…-Thorfinn enmudeció, volviendo a mirar al suelo.
-¿Qué tú qué?-replicó Daghas.
- No te preocupes hermano. No importa-dijo.
- Pero ¿porqué no me cuentas lo que te sucede, Thorfinn?-inquirió Daghas, esperanzado.
-Quizás…en otra ocasión. Ahora he de preparar mis cosas. Partiré esta noche. Recogeré mis armas, mi tienda y un poco de alimento, y partiré hacia el norte, en dirección a Haajeck. Hacia los bosques.

Los compañeros miraron al horizonte del ocaso en silencio.

-¿Volverás?- preguntó tristemente Daghas.
-Desde luego que sí-respondió su amigo. Sabes que siempre lo hago. Sólo necesito que las cosas vuelvan a su cauce. Además, hace ya tiempo que no visito la tumba de Mjálgarah.
- Cierto, y eso no es de buen esposo…¿lo sabe Glen?
-No, de momento no-musitó Thorfinn-Hay recovecos de mi alma que aun no conoce.
-De acuerdo…¿Necesitas ayuda en algo?-preguntó Daghas.
-No, todo lo tengo en la tienda, Lo único que falta es…
-¿Es?- inquirió el silencioso guerrero.
-Algo de comer y de beber. Vamos a cenar aquí ¿de acuerdo?
-¡Jajajajajaja!¡Maldito seas Thorfinn, tu estómago será siempre el mismo? Rió con fuerza Daghas, a lo que Thorfinn contestó encogiéndose de hombros y con una mueca de inocencia.

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Los hombres se iban volviendo a sus tiendas tras la comida y la bebida. Poco tiempo después, todo el campamento dormía, excepto tres personas: Thorfinn, Daghas y Glen, que aún se encontraba en la sala de generales debatiendo con sus consejeros.

Mientras tanto, Thorfinn y Daghas se encontraban amparados en la oscuridad, en las afueras del campamento.
-Bueno- dijo Thorfinn mientras terminaba de ajustar su maza a la montura- Esto ya está- Miró a Daghas sonriendo y le puso una mano en el hombro- ¿Recuerdas el juramento el día que nos conocimos los tres, tras nuestra primera batalla juntos?

Daghas sonrió- “No hay guerra tan grande, ni catástrofe tan horrible en todos los mundos que destruya el facto de fidelidad y amistad que nos une”. Thorfinn se unió al juramento con voz grave-“Pues bien saben los dioses que hemos ganado grandes batallas y que nuestro valor, fuerza y honor son grandes. Mi honor es mi vida, y mis amigos, mi bastión”
Los compañeros se sonrieron y se dieron un fuerte y breve abrazo.

-Si Glen preguntase…-
-Volverás- respondió Daghas- o te traeré yo mismo de las barbas.
Thorfinn rió. Montando en su caballo, miró por última vez el campamento, como queriendo recordar cada figura y cada roca o tronco que lo componían.
Giró su caballo hacia el camino del norte, hacia los bosques sagrados, y miró el firmamento. Las estrellas y los dioses guardarían a sus amigos…a sus hermanos, hasta su vuelta. Se despidió de Daghas con un saludo de cabeza, y se encaminó por la nevada senda., llena de hojas secas y ramas. Su figura fue difuminándose, hasta ser absorbido por la oscuridad.

Thorfinn se había marchado…

A los pocos momentos, Daghas volvió al campamento, obviamente sin ser descubierto, y caminó tranquilamente hacia su tienda. En ese momento, Glen salía de la sala de generales, con el rostro cansado y ojeroso enmarcado en sus cabellos rubios.

-Hemos terminado por hoy- fue su respuesta- Esos malditos buitres lo quieren todo. Menos mal que puedo veros a vosot…- enmudeció- ¿Dónde está Thorfinn? ¿Daghas?

Como toda respuesta, Daghas miró al cielo.

Y sonrió a las estrellas.

jueves, 16 de octubre de 2008

Las consecuencias de la lucha (II)

Glen se retorcía las manos en el banco en el que esperaba ansiosa. A pesar de su firmeza, de haber aprendido a guardar las emociones, su corazon se inquietaba por su amigo. Los médicos y druidas llevaban ya mucho tiempo dentro de la sala de curas de oficiales. Apenas se oia un murmullo de fondo, unas voces graves que susurraban una suerte de sortilegios y curas para el guerrero caído.

Glen sostenía en sus manos el abollado y ensangrentado yelmo, con restos de barro y roces de armas. Su aspecto atenazaba el corazón de Glen, imaginándose el aspecto de su amigo, tendido, rodeado de gente pero solo, en la sala de curas.

En ese momento, su marido entró por la puerta de la sala, con su acostumbrado gesto altivo.
- Bien ¿han terminado ya de curar a…ese soldado? Necesito la sala para celebrar la victoria con mis generales –dijo, acentuando el “mis”
- No, aun no han terminado- respondió Glen, apretando los músculos de la mandíbula- aun necesitan más tiempo para reparar todas sus heridas y…
- ¡Es una pérdida de tiempo!- gritó Johannes- ¿tan débil es que no puede recuperarse de una simple batalla? No se porqué lo tienes a tu servicio…-sus palabras destilaban odio y veneno, y sus ojos relampagueaban de ira y envidia.
Glen soltó el casco tranquilamente en el banco, y se levantó con majestad y gracia. Se acercó a Johannes, a apenas un palmo de la cara y le miró a los ojos, calmada, reposada…Inspiró profundamente, con sus facciones sonrientes, mientras el conde la miraba extrañado. Y en ese momento, lo hizo.
-¡MALDITO COBARDEE!- gritó con todas su fuerzas. Su grito resonó en todo el campamento, llegando a oídos de todos, incluso a la tienda de Dagas, que se levantó sobresaltado.
-¿Cómo te atreves a…?- el conde Johannes, atemorizado como un chucho, se echó hacia atrás, hacia la pared, aterrorizado el fuego que desprendían los ojos y el cabello de Glen.
-¿CÓMO ME ATREVO? Me atrevo desde mi posición de Jarlar y amiga de Thorfinn. ¿Cómo tu, repugnante sabandija, te atreves a decir, en modo alguno, que mi soldado es débil?¿Cómo te atreves, infecto ser, a ni siquiera cuestionar la fuerza y el arrojo de mis hombres? Mientras tu, cerdo, te escondías en el sótano y rehusabas de la batalla, nosotros luchábamos contra hordas de enemigos, dejando nuestra sangre y nuestra vida para defender estas tierras. Y tu¿¡QUÉ HACÍAS TU!? Gimotear en lo más profundo del barracón, entre sacos de trigo y odres de vino. ¡Cerdo cobarde!-
-¡No te consiento que me hables en ese tono, MUJER!- y uniendo al palabra al acto, cruzó la cara de Glen de un sonoro bofetón. Los druidas y médicos, que habían salido de la sala, se quedaron petrificados en sus lugares.

Pero estamos hablando de Glen…

Girando el cuello y mirando a los ojos de Johannes, Glen sonrió. En milésimas de segundo, apresó su cuello y sacó su afilada espada, apuntando hacia su yugular. La expresión de terror afloró en los ojos de Johannes
-Jamás, te repito, jamás, me vuelvas a tocar- susurró Glen.- Mi linaje es más alto que el tuyo. Es el linaje de los hechos en la guerra, y los que han conquistado su honor por sus méritos, no por títulos.- Glen bajó más la voz-…nunca vuelvas a tocarme…nunca…
-¡Glen!- un grito cruzó la sala. Dagas, como era habitual, apareció sin que nadie se diese cuenta- Suelte esa espada mi señora…-dijo con voz profunda y reposada- estamos hechos para luchar, no para asesinar…- se acercó hasta la enfurecida valkiria, que aún sostenía con fuerza el cuello de Johannes- Habéis nacido para cosas más altas, mi señora. Templanza…-
Resoplando, dejó de apretar el cuello, y bajó la espada. Johannes se desembarazó de la garra que le oprimía, boqueando y tosiendo, tambaleándose hasta la salida.
-Pagaréis esto, malditos…¡pagaréis!- gritó, aun aterrorizado.
-Mi señor…-susurró Dagas
-¿Qué queréis, soldado?- preguntó el conde, con rabia.
-…pudríos.- fue la escueta respuesta de Daghas.
El conde salió a la carrera.

Glen se sentó abatida en un banco, con la cabeza entre las manos.
-Daghas…yo…
-Tranquila, mi señora. Habéis aguantado mucho durante mucho tiempo. Y ahora son tiempos difíciles. Sois fuerte, pero debéis aguantar más.
-Pero Dagas, yo…

-Por las barbas de Odin, ¿queréis dejaros de gritos y cosas bonitas? ¡Intento descansar!

Los dos guerreros se giraron. Desde el vano de la puerta, un maltrecho Thorfinn, lleno de vendajes, desnudo y apoyado en un bastón, les sonreía campechanamente desde debajo de su barba rubia.