martes, 9 de diciembre de 2008

La búsqueda (V)

Ató a su caballo a un tronco y se acercó a la lápida tallada. Lentamente, se arrodilló en el suelo y quitó, con su mano enguantada en cuero, la nieve que se había posado sobre las runas en la piedra.
Poco a poco, fue descubriendo un nombre que había permanecido durante 8 años tapado. El dibujo de las runas fue apareciendo ante él. Con emoción contenida, leyó la lápida.
“Aquí yace Mjálgarah, hija de Thorin y Maär, para su descanso junto a su hijo no nacido.”

Siguió leyendo abajo:

“Su esposo Thorfinn juró venganza. Sea hecha la voluntad de los dioses”

Una solitaria lágrima recorrió el curtido rostro del guerrero. Todavía recordaba (cómo olvidarla) la noche del ataque.

Las casas ardían. Un humo blanco y espeso se elevaba en el aire, junto a los gritos y el chocar de armas.
Nadie sabía de dónde habían salido, ni quiénes eran. Los hombres del conde estaban degollados, vertiendo sangre en el suelo y formando charcos, barro y propiciando resbalones.
El fuego fue extendiéndose rápidamente entere los tejados de paja de las casas, hasta que, en unos pocos minutos, el pueblo ardía por todos los lados.
Los miserables atacantes, vestidos con negros ropajes, portaban antorchas que lanzaban sobre las casas, mientras otro grupo echaba haces de hierba verde sobre el fuego de la plaza, creando humo, en el que se amparaban para atacar.
Todos los habitantes, ancianos, hombres, mujeres y niños, luchaban contra el fuego o contra los bastardos asesinos.
Armados con palos, cuchillos, espadas…hasta piedras, intentaban rechazar lo irrefrenable. Thorfinn luchaba a brazo partido, con su maza empapada en sangre y sesos. Ya tenía a cinco a sus pies, aunque no tenía descanso. Un rápido giro voló por los aires la cabeza de un atacante, haciendo un arco horizontal de izquierda a derecha. Miró a su alrededor, buscando a su mujer, y la vio al fondo, al lado del fuego, tumbando de un certero cuchillazo en al yugular a un maldito.
Thorfinn se sentía orgulloso de ella. Luchaba con todas sus fuerzas, maza en mano, por su hijo, por su mujer y por él. Uno tras otro, los enemigos caían bajo el furioso cuchillo de su mujer.

Pero, en un instante, un fuerte golpe en la cabeza hizo tambalear al guerrero. Antes de que todo se volviese negro, vio la silueta de su mujer, Y, tras ella, una acechante figura, a su espalda , empuñando una espada para caer sobre la desprevenida mujer.
Thorfinn no pudo gritar. No pudo moverse. Solo vio negro.
Y después, silencio.