miércoles, 9 de julio de 2008

Cap II: La batalla nocturna

No hizo falta nada para indicarlo. Casi al unísono, guerreros tanto de un bando como de otro, dispusieron sus armas, entrechocándolas con sus escudos, con sus gargantas rugiendo al cielo donde los dioses verían una batalla como pocas se verían en el Midgard*. Los pechos, abombados de tomar aire para rugir, hacían que las trabas de las armaduras tintineasen. Los cuernos sonaron, advirtiendo a hombres y dioses inmortales que tal era la magnitud de la lucha que se iba a desatar sobre las devastadas tierras de Steinar.
El putrefacto ejército del Traidor* agitó sus rudos escudos y lanzas ante la promesa de una sangre nueva. Al frente de ellos, varios ulfserkrs* mordían al aire e intentaban desgarrar imaginarios jirones de carne. Sucios, desaliñados, vestidos únicamente con taparrabos, o en muchos casos totalmente desnudos, exibían en sus cuerpos las marcas de latigazos, de golpes de espada, horrendas cicatrices, que ante los ojos de los defensores, les negaba su condición humana, relegándolos a infectos animales rabiosos, deseosos de carne y sangre.

Pero su intento de amedrentar al ejército opuesto se vio sofocado por las respuestas de los honorables defensores del baluarte de piedra y madera. Los cuernos retumbaron e hicieron temblar la tierra. Los gritos salieron de sus gargantas, todos preparados para salir por las puertas a fin de acabar con esos indeseables. Y al frente de todos, con una rabiosa mirada, las fauces abiertas y mostrando el filo de su espada como única salida, estaba Glen. La gran Glen Hviti, la jefa de todos aquellos guerreros que darían su vida para desterrar aquella oscuridad del mundo. Puede que hubiese Valhalla. Puede que no. Eso no les importaba. Lo realmente importante era la extirpación del mal de aquellas tierras, el fin de las amenzas, de las matanzas, de la quema de bellos parajes a manos de aquellos que habían negado la humanidad de sus vidas.

-Odín nos proteja- dijo Thorfinn, antes de introducirse en una profunda plegaria al panteón de los nórdicos.
Los hombres le miraron con respeto. Siempre,antes de una batalla, se embarcaba en una meditación a los dioses, pidiendo, suplicando, en su infinita justicia, un buen final y una buena muerte en la batalla.
Su voz se elevó:- Que Ásathor dirija nuestras espadas, que Odín vigile nuestras lanzas, que Njïord aguante nuestros pies, que nos acojan en su reino...
-¡Y que las walkyryas tengan preparados sus pechos para nosotros!- gritó Daghas.
Estó desencandenó a hilaridad general en el grupo de agerridos luchadores. Glen los miró con una sonrisa. Los guerreros eran su auténtica familia. Y por encima de ellos, estaban Daghas y Thorfinn. Éste último le miró con una mirada, mezcla de apoyo y preocupación.

-Tu dirás, mi señora- susurró Daghas.

-...¡MATADLOS!- se oyó al otro lado de la empalizada.
-¡ADELANTE!- rugió Glen.

Las puertas se abrieron. Los luchadores se miraron. Pasó un pequeño lapso de tiempo, midiéndose, calibrando las fuerzas. Y entre todos ellos, apareció Thorfinn, rodeado por un aura sobrenatural.
-¡Impios!- gritó. Su maza fue descargada sobre la cabeza del primer combatiente del infecto ejército, resquebrajándola y, finalmente, reventándola, dejando una nubre de sangre y esquirlas de hueso, a la vez que dejaba paso a Glen y Daghas.

-¡Venid aqui!- fue la última palabra que se oyó, antes de que la sinfonían de armas, escudos y rugidos se aduañase del ambiente...

Esta es la introducción a la batalla. En la próxima...¡SANGRE!

Saludos!

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